- Los que escriben un diario, es porque se sienten solos.
+ No es verdad. Es porque tienen algo que contar, porque su vida es diferente. Y, aunque nunca lo confiesen, siempre esperan que alguien lo descubra, lo lea a escondidas para así poder conocer la verdadera personalidad del autor.

miércoles, 22 de febrero de 2012

Vicios, excesos, sexo y él.

Me gustaría escribir algo bonito, pero no puedo.
¿Qué por qué?
Por la sencilla razón de que no tengo una historia bonita que contar de esas sin final. ¡No! la nuestra no es de esas historias, nuestra historia si tiene final y no es precisamente bonito, aunque a veces la felicidad no es necesariamente bonita, ni dulce, ni romántica. En ocasiones la felicidad puede ser violenta, porno, erótica, sensual, divertida, una sucesión de orgasmos indefinidos, un éxtasis de palabras prohibidas, malsonantes. Un juego de miradas de odio, de deseo, de pensamientos indecentes.
Él la miró y allí en aquella cama, donde momentos antes habían compartido más que palabras, estaba ella apoyada en el cabecero.
Sonreía, con maldad en los ojos.
Él le respondió a su sonrisa con otra. Esa sonrisa de pillo que tanto le ponía a ella. Vio la figura de ella, aquella maldad disfrazada de dulzura, aquella frialdad con la que ambos se utilizaban en medio de tantas calenturas. Suspiró.
Pensó que ella era la combinación perfecta de todo lo malo y bueno junto. Quizás fue culpa de aquella luz que traspasaba las cortinas de su habitación y dejaba al descubierto todo sus encantos, o quizás fue todas aquellas cosas que ella le hizo momentos antes. Quizás era aquella mezcla entre inocencia y lujuria, o quizás fuera que por fin conseguía lo que tanto le había suplicado. Fuera lo que fuese, había conseguido volverlo loco y arrastrar a ella también, a aquella locura.
Encendió un cigarro.
Ella le besó.
Él soltó el humo.
La miró, era imposible quitar la vista de aquel cuerpo que le perdía en un sin fin de fantasías eróticas, que a veces no lo dejaba pensar con claridad.
Se mordió el labio.
Ella se puso encima de él, sin pensarlo. Le beso y comenzó a dibujar con su mano el camino que luego siguió su lengua. Sintió el tacto de su pelo enredado entre sus bajos. Y él le devolvió la jugada rozando las zonas prohibidas de ella.
Se estremeció toda. Él también lo hizo al verla.
Ella le rodeó con sus piernas, él se amarró a sus caderas.
Ella subía y bajaba mientras la respiración entre cortada de él se le clavaba en su nuca. El sudor se escurría por ambos cuerpos. Hicieron un viaje sin transporte a un lugar desconocido, donde nadie podía parar aquello. De repente bajaron a la tierra pero seguían teniendo aquella sensación de satisfacción en el cuerpo.
Ella se apoyo en su pecho, escuchaba como el latido de su corazón aún seguía acelerado.
Le miró, él ya llevaba un rato haciéndolo.
- Me gustas mucho más así.
- ¿Así cómo?
- Pues así, despeinado, con las gafas y sin ropa-
- A mi también me gustas mucho más sin ropa y tu cara es más bonita cuando terminamos de hacer el amor.
- No te equivoques, el amor ya se inventó antes que nosotros, no podemos hacerlo. Lo nuestro es diferente.
- Intentaba no ser un bruto, pero... estás más bonita después de echar un polvo conmigo.
- Siempre fuiste un guarro. Hagamos lo otra vez, por favor.
- Siempre te supliqué por tener algo contigo, ahora la que suplicas eres tú.
- Siempre me puso que me suplicaras.
- Entonces, te suplico que no pares nunca.- Le susurro a su oído.
Esto no va a salir bien, pero tengo que reconocer que mi vicio preferido es tu cuerpo.

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